
Las computadoras más poderosas que existen en la actualidad son incapaces de realizar una traducción veraz y correcta en tiempo real. Sin embargo, los intérpretes de conferencia lo hacen con relativa facilidad. Recientemente, los neurocientíficos han comenzado a comprender, y explicar, esta extraordinaria habilidad.
Cualquier mañana del año, los intérpretes simultáneos de conferencias ocuparemos nuestros asientos dentro de una cabina de interpretación, listos para desempeñar una tarea que es, a la vez, absolutamente extraordinaria… y rutinaria.
Nuestras cabinas son apena más grandes que el medio baño de visitas de cualquier hogar mexicano, con poca iluminación y ventilación. Frente a nosotros se despliega el salón de delegados sentados en incómodas sillas que forman filas perfectas. Cada cabina, normalmente aloja a dos intérpretes. Llegada la hora, el primer orador tomará la palabra y uno de nosotros encenderá el micrófono, escuchará por unos segundos y comenzará a traducir las palabras del orador, del inglés al español, o vice versa.
¿Cómo lo haces? Es la pregunta que con mayor frecuencia enfrenta un intérprete en las pausas para café. La mayoría de las personas encuentran difícil aceptar que la respuesta es: “No lo sé”. Si bien, con los años, todos los intérpretes hemos formulado algún tipo de respuesta o explicación para sortear la incredulidad de la gente, la respuesta honesta sigue siendo: “No lo sé”.
Gracias a los neurocientíficos, ahora parece que pronto podremos ofrecer una respuesta más satisfactoria, pero tendremos que empezar por analizar y desglosar los componentes de nuestra actividad.
Al hablar un delegado, el intérprete tiene que hacer sentido de un mensaje compuesto en un idioma y, de manera simultánea, construir y articular el mismo mensaje en un idioma diferente. El proceso requiere de una extraordinaria mezcla de habilidades sensoriales, motoras y cognitivas trabajando al unísono. El intérprete hace esto de manera continua y en tiempo real, sin jamás pedir al orador que reduzca su velocidad o aclare algo en su mensaje. Idealmente, lo haremos sin tartamudear y sin pausar. Nada en la evolución humana puede haber programado el cerebro de un intérprete para una tarea tan peculiar y tan demandante, cuya ejecución requiere una versatilidad y matización que está totalmente fuera del alcance de las computadoras más poderosas. Es de maravillarse que el cerebro humano pueda hacer esto en realidad.
El lenguaje humano ha sido estudiado por la ciencia durante décadas y se han llevado a cabo docenas de estudios con hablantes políglotas. Aún así, comprender el proceso de la interpretación simultánea es un reto científico mucho mayor. Hay tantas cosas que ocurren dentro del cerebro de un intérprete simultáneo que es difícil saber por donde empezar. Afortunadamente, ya hay quienes han decidido afrontar este desafío enfocando su atención en una región del cerebro en particular: el núcleo caudado.
El núcleo caudado no es un área del cerebro particularmente destinada al lenguaje. Los neurocientíficos conocen esta área como un centro involucrado en los procesos de toma de decisiones y la confianza. Es como el conductor de una orquesta, que coordina las actividades de diversas regiones del cerebro para producir conductas fascinantemente complejas. Esto parece concordar con los hallazgos más recientes de la neurociencia en las últimas dos décadas: La mayoría de nuestras habilidades más sofisticadas no son posibles gracias a áreas especializadas del cerebro, sino a una coordinación relampagueante entre diversas áreas, que controla el desempeño de tareas generales, como el movimiento y la audición. La interpretación simultánea, al parecer, es un logro más de la red neurálgica total de nuestro cerebro.
Con frecuencia, la interpretación simultánea evoca matices dramáticos, quizás por su historia: la creación de la Liga de Naciones después de la Primera Guerra Mundial nos hizo conscientes de la necesidad de este trabajo; mientras que su extenso uso en los juicios del alto mando nazi en Núremberg hizo gran alarde del poder de esta profesión. El glamour asignado a nuestra profesión se desprende principalmente de la importancia de las personas a las que traducimos. Un intérprete experimentado sabe que en el gran esquema de las cosas, tenemos más en común con el valet parking que maneja un Rolls Royce, que con el dueño del Rolls Royce. Si bien algunos tardan toda una vida para aceptar esta realidad.
Con todo, siempre han habido dudas sobre la exactitud de los resultados de nuestro trabajo, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas no adoptó la interpretación simultánea por completo sino hasta principios de los setentas – hasta que se atrevieron a confiar en sus intérpretes –, en pocas palabras. Quizás, pero hoy por hoy las oficinas de la ONU en Ginebra y en Nueva York cuentan con interpretación simultánea hasta en 24 idiomas, los cuales operan al mismo tiempo en muchas ocasiones.
La cabina de interpretación ubicada al centro en la parte posterior de la sala puede hacernos pensar en el centro de comando de un barco o en la galería de un estudio de televisión, lo cual es solo una ilusión, pues si hay algo de lo que carece un intérprete simultáneo es control. Las palabras que pronunciamos y el ritmo al que lo hacemos dependen totalmente de otras personas. Los intérpretes mexicanos rara vez recibimos información previa sobre una presentación, mucho menos un guión; y una copia del discurso de un delegado es un sueño. Aún así, en las pocas ocasiones en las que sí los recibimos, tendemos a no hacerles mucho caso. No hay delegado que se apegue a un discurso escrito. Y ¿qué hacer con los chistes, y comentarios jocosos que vienen a la mente del orador sobre la marcha? Los chistes, el sarcasmo, la ironía y las bromas comprensibles para una sola cultura son la pesadilla de todo intérprete. Un intérprete experimentado sabe muy bien que es mejor ignorar los chistes de un orador que hacer cualquier intento por traducirlos al instante, pues el resultado será todo menos divertido. Aunque los delegados que escuchen la interpretación en sus audífonos se queden con la duda de porqué el resto de la sala ha estallado en carcajadas.
El orden de las palabras en los distintos idiomas es un reto más comúnmente enfrentado por los intérpretes. Hay oraciones en inglés que parecieran apuntar en una cierta dirección, para terminar tomando una muy diferente casi al final de la oración. El uso de género y número es complejo también, pues un orador puede hablar minutos enteros sin jamás dar señal alguna de si se refiere a un hombre, mujer, animal o vegetal, mientras que el intérprete al español tiene que escuchar y retener párrafos enteros de información que solo podrá traducir cuando conozca el género del sujeto.
Hay cierto humor en estas complicaciones, por supuesto, como el traductor no nativo del inglés que en un evento sobre agricultura tradujo la frase “frozen seamen” [marineros congelados] como “semen congelado” o el intérprete francés que cuando un delegado habló de la necesidad de llegar a una determinación “avant Milan” [antes de Milán], la ciudad en la que se llevaría a cabo la siguiente reunión, dado que el intérprete no sabía que habría una cumbre en Milán, tradujo que había que llegar a una determinación “avant mille ans” [antes de que transcurrieran mil años].
Algunos oradores hablan demasiado rápido y hay intérpretes que piensan que habría que pedirle al orador que bajara la velocidad. Personalmente no creo que sea muy útil. La gente tiende a hablar a una cierta velocidad y aunque se haga consciente por unos momentos y hable un poco más despacio, conforme se vuelva a meter en el tema irá acelerando nuevamente. La alternativa es el dominio de los idiomas y del tema a traducir. La interpretación simultánea no es solo un asunto de idiomas, como tanta gente se imagina, es necesario pensar a gran velocidad y aprender aun más rápido.
Este tipo de desafíos hace que la interpretación simultánea sea extenuante, y también explica la razón por la que es necesario que hayan dos intérpretes en la cabina turnándose cada media hora.
Existe también el desafío del tedio. Una cumbre sobre el desarme podría ser interesante para cualquier persona, aunque el político promedio – y que decir del burócrata promedio hablando sobre procesos aduanales – tiene pocas posibilidades de capturar la atención del oyente por horas y horas. El resto de los delegados podrá dormitar mientras tanto, pero el intérprete debe permanecer bien despierto. No hace falta mucha imaginación para entender que cuando una reunión llega a su octava hora, y comienza la bruma de las resoluciones y el lenguaje diplomático, con sus cientos de secciones y subsecciones, permanecer despierto y activo resulta agotador. Quien haya sucumbido a la somnolencia post-almuerzo en una conferencia científica, no podrá menos que admirar la fortitud del intérprete simultáneo.
Tras capacitarme como intérprete simultáneo y con más de 20 años de experiencia, resulta un tanto intrigante ser incapaz de explicar o entender el proceso de mi labor diaria. Es claro que el lenguaje es una de las funciones cognitivas humanas más complejas y la ciencia conoce muy bien el proceso cerebral del bilingüismo, pero la interpretación simultánea va más allá, puesto que en esta actividad no solo hay dos idiomas activos, sino que están activos simultáneamente, por lo que las regiones del cerebro involucradas tienen que funcionar a un nivel de gran exigencia, más allá del lenguaje.
Para la neurociencia, la herramienta primordial en estos casos será siempre la resonancia magnética funcional (fMRI), pues con ella los científicos pueden observar lo que ocurre dentro del cerebro al realizar tareas específicas. En su aplicación a la interpretación simultánea ya ha revelado la red de áreas cerebrales que hacen posible este proceso. Una de esas áreas es el área de Broca, conocida por su papel en la producción del lenguaje y en la memoria funcional, que es la función que nos permite mantener nuestra atención en lo que estamos pensando y haciendo. Esta área también está ligada a otras regiones vecinas que ayudan a controlar la producción y comprensión del lenguaje. En la interpretación, en la que una persona tiene que escuchar algo y tiene que traducirlo y hablar al mismo tiempo, hay una interacción funcional muy poderosa entre estas regiones.
Existen muchas otras regiones involucradas y hay miles de conexiones entre ellas. La complejidad de esta red ha hecho imposible que los investigadores puedan desenmarañarlas todas a la vez, por lo que los investigadores han optado por tratar cada componente como una caja negra, intentado comprender cómo es que cada caja se relaciona con las demás y cómo se coordinan en su totalidad. La investigación, entonces, tiene por objeto tratar de comprender los mecanismos que permiten al intérprete controlar todos estos sistemas de manera simultánea.
Hay dos regiones del cuerpo estriado, el antiguo núcleo evolutivo del cerebro, que parecen sobresalir como piezas clave de esta tarea de coordinación ejecutiva: el núcleo caudado y el putamen. Los neurocientíficos saben ya que estas estructuras tienen un papel importante en otras tareas complejas, incluyendo el aprendizaje y la planeación y ejecución del movimiento. Ello significa que no existe un centro cerebral único dedicado exclusivamente al control de la interpretación. Como en muchas otras tareas humanas estudiadas con la fMRI, resulta que esta labor es posible por medio de la participación de muchas áreas generalistas, no especialistas.
Recientemente tuve una conversación con una persona que me comentó que en realidad la interpretación simultánea no era algo único: cualquier adolescente es hoy por hoy un prolífico “multi-tasker”. Me fue difícil explicar porqué ello simplemente no tenía paralelo. En nuestra concepción de nuestras actividades es posible suponer que en realidad estamos haciendo muchas cosas a la vez, pero ello es cierto en pocas ocasiones. Un adolescente que redacta su tarea en una laptop, escucha música, manda mensajes de texto en su celular y acaricia a su perro, en realidad no está haciendo cuatro tareas al mismo tiempo: está llevando a cabo actividades diferentes en rápida sucesión. Primero escribe un párrafo en su procesador de textos, se detiene, checa su teléfono y lee un mensaje, se ríe, acaricia al perro, regresa su atención a su laptop, pulsa Ctrl+G para guardar lo escrito, mira su teléfono, responde el mensaje, y así sucesivamente. Con la excepción de estirar el brazo de cuando en cuando para acariciar a su perro, no ha llevado a cabo una sola tarea al mismo tiempo que alguna otra. De acuerdo, podríamos argumentar que todo el tiempo estuvo escuchando música, pero escuchar la música y prestarle atención son dos cosas diferentes.
En comparación, no es poco común ver a intérpretes simultáneos que, sin dejar de interpretar – es decir, sin dejar de escuchar un idioma, comprender, traducir en otro idioma, todo al mismo tiempo – están obligados a realizar una búsqueda de un término en un diccionario en línea, tal vez cuando su colega estaba en el tocador. Ello significa que además de esas tres tareas básicas – escuchar un idioma, traducir en la mente, hablar en un segundo idioma de manera simultánea – el intérprete es capaz de detectar una idea que le fue imposible traducir por desconocer un término en el idioma objetivo, guardar esa idea en la memoria, teclear un término en un diccionario en línea, leer las acepciones resultantes, elegir la acepción aplicable, recuperar la idea guardada en la memoria, insertar el nuevo término recién buscado e integrar la idea faltante en el flujo corriente de la interpretación. En mi experiencia, hay que sumar una acción adicional: anotar la palabra y la traducción de la palabra en alguna libreta que esté a la mano, pues guardarla en la memoria a largo plazo en esas circunstancias es imposible, eso sí.
Que tal cosa sea posible, ciertamente sugiere que hay muchas cosas ocurriendo en el cerebro del intérprete simultáneo. Y hay otras razones para creer que el cerebro de un intérprete ha sido modelado por su profesión. Un intérprete es muy hábil para ignorarse a sí mismo. Bajo condiciones normales, escucharse a uno mismo es esencial para monitorear nuestra producción oral, pero los intérpretes tenemos que concentrarnos en las palabra que estamos traduciendo, por lo que aprendemos a no poner atención a nuestra propia voz, estableciendo un balance en el que logremos monitorearnos (y asegurarnos de no cometer, o detectar a tiempo, algún error) sin que ello sea nuestro enfoque primario.
Hay ciertos hábitos adquiridos en la cabina que se vuelven parte de la vida diaria. Una manera en que los intérpretes desarrollan velocidad es aprendiendo a predecir lo que los oradores están a punto de decir. Se vuelve relativamente fácil predecir el final de una oración, sin importar con quien se esté hablando. Constantemente las parejas de los intérpretes se quejarán: “Nunca me dejas terminar de hablar”. Tienen razón. Se nos forma el hábito de adelantarnos a las palabras de los demás. En mi caso, dado que mi esposa es también intérprete, esto se vuelve en ocasiones realmente divertido.
Los intérpretes tenemos que ser capaces de lidiar con el estrés y ejercer auto-control al trabajar con hablantes difíciles. Se nos acusa de ser temperamentales, demasiado sensibles, prima-donas. Tal vez. Algunos. Pero ninguno de mis colegas más cercanos es así. Lo cierto es que estudios de fMRI anuales realizados en estudiantes de interpretación muestran que apenas un año de experiencia puede causar una gran diferencia en el grado de activación del núcleo caudado. La conclusión parece ser que mientras más experimentado el intérprete, menor activación del núcleo caudado y menos estrés.
Para ser realmente efectivo un intérprete necesita todo un repertorio de estrategias. La mayoría no interpretaremos a un orador muy rápido de la misma forma que a uno que hable de manera pausada. El proceso se adapta a diversas circunstancias. Puede ser que el sonido sea malo, que el orador tenga un acento muy pronunciado, puede ser que tenga que traducir un tema sobre el cual sé muy poco. La estrategia a utilizar necesariamente será diferente. Y diferentes intérpretes enfrentados a la misma situación podrían utilizar estrategias diferentes. Cada quien desarrolla sus estrategias con base a su experiencia y a su intención (mejorar su velocidad, mejorar su retentiva, etc.).
El núcleo caudado está involucrado en la intencionalidad de una acción, en el cumplimiento de metas. No se involucra tanto en el cómo se hace una acción, sino en el porqué se lleva a cabo. Al pensar en lo que hacemos los intérpretes y compararlo con lo que logra una computadora, frecuentemente con resultados risibles, es claro que los seres humanos pensamos en el significado y la intención de las palabras y los mensajes. El intérprete debe comprender cual es el mensaje, e interpretarlo, mucho más allá que las simples palabras emitidas.
Al final, probablemente resulte inútil lo que aprendamos a través de la ciencia. Es poco probable que algún día nuestra comprensión del proceso cerebral nos ayude, por ejemplo, a identificar a individuos que podrían llegar a convertirse en los mejores intérpretes de la historia con base en sus características neurológicas. Pero al menos ha incrementado nuestra comprensión del proceso y nos ha aclarado una duda que a los intérpretes y traductores nos llegó a inquietar en mayor o menor medida: Las computadoras más poderosas que existen en la actualidad son incapaces de realizar una traducción veraz y correcta en tiempo real.
Y es muy poco probable que nos sustituyan en el futuro próximo.